“Escuchamos tiros y gritos”
En las últimas audiencias, dos testigos contaron lo que vieron y oyeron en el lugar donde estuvo secuestrado el abogado de los obreros de Loma Negra. Un ex comisario quedó a disposición de la Justicia porque negó un testimonio suyo de 1977.
Por Alejandra Dandan
Una caravana con dieciséis organizaciones políticas y sociales recorrió Olavarría, como sucede cada domingo desde que comenzó el juicio por el secuestro y la ejecución del abogado de los obreros de Loma Negra, Carlos Moreno. “Mientras en Recoleta están llorando, en los barrios más humildes de Olavarría hay una fiesta”, dice Matías Moreno, uno de los hijos de la víctima del terrorismo de Estado, no sólo por los funerales de Amalita Fortabat, ex directora de la empresa, sino y sobre todo por lo que significa la apertura del juicio para Olavarría, sede de la cementera.
El juicio oral avanza en Tandil. La tercera y la cuarta jornada dejaron varios datos: un ex comisario a disposición de la Justicia porque negó un viejo testimonio de 1977, hizo hablar a otros policías y volvieron a verse las escenas del secuestro a través del relato de dos vecinas, entre ellas la hija de los caseros del recoleto club de rugby Los Cardos.
El ex comisario mayor que quedó a disposición de la Justicia es José Juárez: convocado como testigo negó lo que hizo y dejó asentado con su firma en 1977. Juárez les había tomado una denuncia a testigos del momento en el que, después de un intento de fuga, las fuerzas de seguridad vuelven a secuestrar a Moreno. Tampoco recordó en la audiencia que detuvo y luego liberó sin explicaciones al coronel del Ejército Roque Pa-ppalardo, uno de los acusados. La decisión del Tribunal Oral 8 de Mar del Plata provocó efectos positivos en el resto de los policías convocados como testigos: todos recordaron rápidamente el pasado. “El problema es que estaban acostumbrados a la impunidad porque las veces que declararon, lo que decían no servía para nada”, dice Matías.
El otro eje fue la reconstrucción del cautiverio de Moreno en la quinta de los hermanos Méndez, dos civiles acusados. Entre otros, declaró Ana María Posal, la hija de los caseros de Los Cardos. Habló del movimiento militar que notó en la chacra entre el secuestro y asesinato. “Un día llegaron camiones verdes, camionetas, autos civiles, y de los vehículos bajaron personas vestidas de militares”, dijo. “Un militar se acercó a pedirnos agua y comida.” El pedido se repitió varios días. Siempre era el mismo militar y un grupo de “soldados” se mantenía en los perímetros de la quinta. Desde la primera noche “se escucharon la voz de un hombre y de dos mujeres jóvenes que gritaban, pedían socorro y auxilio”. Como los gritos se repetían cada noche, su familia habló con la comisión directiva de Los Cardos, pero les dijeron que mejor no insistieran para evitar dificultades.
“Un día volvíamos con mi mamá de la sede que el club tenía en el centro –dijo Ana María– y escuchamos tiros por todos lados, con policías, militares y gente sin uniforme corriendo. Y ahí nos escondimos por tres horas hasta que todo se tranquilizó. Después, el movimiento desapareció y nadie más visitó el lugar.” Días más tarde, entró en la quinta con una persona del club: “Había gasas con sangre, dos elásticos sobre cajones de madera, cables cerca de un enchufe y gomas a los costados”.
El jueves y viernes próximos darán testimonio sobrevivientes que fueron torturados por los militares acusados y quienes pasaron por la quinta de los Méndez. Una semana después se esperan los testimonios clave de ex trabajadores de Loma Negra.
En las últimas audiencias, dos testigos contaron lo que vieron y oyeron en el lugar donde estuvo secuestrado el abogado de los obreros de Loma Negra. Un ex comisario quedó a disposición de la Justicia porque negó un testimonio suyo de 1977.
Por Alejandra Dandan
Una caravana con dieciséis organizaciones políticas y sociales recorrió Olavarría, como sucede cada domingo desde que comenzó el juicio por el secuestro y la ejecución del abogado de los obreros de Loma Negra, Carlos Moreno. “Mientras en Recoleta están llorando, en los barrios más humildes de Olavarría hay una fiesta”, dice Matías Moreno, uno de los hijos de la víctima del terrorismo de Estado, no sólo por los funerales de Amalita Fortabat, ex directora de la empresa, sino y sobre todo por lo que significa la apertura del juicio para Olavarría, sede de la cementera.
El juicio oral avanza en Tandil. La tercera y la cuarta jornada dejaron varios datos: un ex comisario a disposición de la Justicia porque negó un viejo testimonio de 1977, hizo hablar a otros policías y volvieron a verse las escenas del secuestro a través del relato de dos vecinas, entre ellas la hija de los caseros del recoleto club de rugby Los Cardos.
El ex comisario mayor que quedó a disposición de la Justicia es José Juárez: convocado como testigo negó lo que hizo y dejó asentado con su firma en 1977. Juárez les había tomado una denuncia a testigos del momento en el que, después de un intento de fuga, las fuerzas de seguridad vuelven a secuestrar a Moreno. Tampoco recordó en la audiencia que detuvo y luego liberó sin explicaciones al coronel del Ejército Roque Pa-ppalardo, uno de los acusados. La decisión del Tribunal Oral 8 de Mar del Plata provocó efectos positivos en el resto de los policías convocados como testigos: todos recordaron rápidamente el pasado. “El problema es que estaban acostumbrados a la impunidad porque las veces que declararon, lo que decían no servía para nada”, dice Matías.
El otro eje fue la reconstrucción del cautiverio de Moreno en la quinta de los hermanos Méndez, dos civiles acusados. Entre otros, declaró Ana María Posal, la hija de los caseros de Los Cardos. Habló del movimiento militar que notó en la chacra entre el secuestro y asesinato. “Un día llegaron camiones verdes, camionetas, autos civiles, y de los vehículos bajaron personas vestidas de militares”, dijo. “Un militar se acercó a pedirnos agua y comida.” El pedido se repitió varios días. Siempre era el mismo militar y un grupo de “soldados” se mantenía en los perímetros de la quinta. Desde la primera noche “se escucharon la voz de un hombre y de dos mujeres jóvenes que gritaban, pedían socorro y auxilio”. Como los gritos se repetían cada noche, su familia habló con la comisión directiva de Los Cardos, pero les dijeron que mejor no insistieran para evitar dificultades.
“Un día volvíamos con mi mamá de la sede que el club tenía en el centro –dijo Ana María– y escuchamos tiros por todos lados, con policías, militares y gente sin uniforme corriendo. Y ahí nos escondimos por tres horas hasta que todo se tranquilizó. Después, el movimiento desapareció y nadie más visitó el lugar.” Días más tarde, entró en la quinta con una persona del club: “Había gasas con sangre, dos elásticos sobre cajones de madera, cables cerca de un enchufe y gomas a los costados”.
El jueves y viernes próximos darán testimonio sobrevivientes que fueron torturados por los militares acusados y quienes pasaron por la quinta de los Méndez. Una semana después se esperan los testimonios clave de ex trabajadores de Loma Negra.
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